Mi reencuentro con Cabo Polonio

Cuando me llamaron para volver a trabajar en Cabo Polonio, me dio una puntada en el estómago. Estaba en Córdoba, con felidad extrema después del Encuentro del Cono Sur de Global Shapers, asumiendo mi cuenta negativa en el banco y esperando que mi talento y el destino se juntaran y me propircionaran una vida económicamente estable.

El Polonio, ¿quién diría? Era miércoles, estaba en Argentina y el viernes ya tenía que estar en Montevideo para hacer las maletas y salir a las 6 hs del sábado rumbo a la Reserva Natural.

Hay una cosa que tiene el Polonio, que es infalible: o te recibe o te echa a patadas.

Yo venía de dos años intentando hacer mi vida formal, estilo la de la foto sobre el escritorio, el cáctus y las faltas con tajos sensuales. Y, de un día para otro, volví a dejarlo todo pensando que la vida era complicada y terminé con una invitación para reencontrarme con mis demonios y mis ángeles internos.

Porque en el Polonio, así como hay luz, si parpadeas mucho y entras en la duda, puedes despertarte en la penumbra, o no despertar jamás.

La primera vez que vine estaba en pareja, la segunda vez, ni siquiera sabía a qué iba y esta vez, me encuentro con mi nuevo yo bastante más claro: Sinay, como el monte. Comunicadora que trabaja con emprendedores y que camina para trabajar en proyectos de impacto social.

Y en los propios que aún no terminan de definirse.

Apenas el camión terminó de atravesar el bosque, se me escapó la sonrisa al ver la playa extenderse varios kilómeros hasta que mi mirada se poso en el faro y, con ojos de lloriqueo feliz, solté para mis adentros un «Hola Polonio, nos volvemos a encontrar».

¿Qué es lo que me tienes que enseñar esta temporada? ¿Por qué estoy volviendo?

***

Me reencontré con los lobos camuflados en las rocas, con las meduzas en la orilla del mar, con la lluvia torrencial típica del cambio de temporada que mese El Poderoso.

Me vi sentada entre fueguitos de noches frías y chupitos de licor de butiá en medio de una cerveza de a litro en «lo de Joselo» y, gracias a eso, unos españoles descubrieron que sí existían los «chupitos» en Uruguay.

Me reencontré con amigas que trabajaron conmigo y ahora tienen otros proyectos, son otras, casadas y encargadas de hostels. También vi a los que siempre me dicen lo que necesito escuchar sin que se los pida, los que me hacen reír por el mero hecho de su existencia y nombres con los que que no me gustaría ni encontrarme.

Me golpeé con los chismes interminables del pueblo, con el ruido del viento, las velas a media hasta porque la luz está cada vez más normalizada. Me reencontré con unas proviciones con «S» escrito con «C», comida en la playa y cada vez más tetas al aire.

También vi caras lúgubres que vinieron escapándose de sus males y se los encontrarón de frente acá; vi las caras perdidas de los extranjeros en plena noche de luna nueva, sin luz y sin saber a dónde tienen que ir.

¿Cómo van a saber? Si una dirección puede ser «al lado del rancho 2, cerca de la duna, a 10 pasos del árbol» ¿Qué casa,qué rancho y qué arbol se ven en un pueblo sin electricidad?

Por eso la gente llega con miedo.

Vi atardeceres de todo tipo y colores, veo el mar de todos los tonos de azul, arenas sueltas cuando hace mucho sol y pastosas después de una tormenta.

Hay más Teros, más casas, menos gaviotas y el doble de hostels.

¿Y qué es lo que tengo que aprender ahora?, Polonio.

Por ahora, a esperar. Tener paciencia.

Ya les contaré.

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